20 Dic ¿Y tú qué celebras? (y II)
Mi amiga del alma cumple con su palabra. Y nos vemos al cabo de dos días. Claro que quiero celebrar las Navidades. Y llenarme de alguna manera de esa luz que nace cada año en nuestro ser. Preservar la inocencia de la esperanza a pesar de los odios, rabias, impotencias que vemos y nos cuentan.
Requiere una mente abierta, un corazón abierto y la valentía para actuar… el coraje para atreverse. Lo veo muy complicado. Aunque mi amiga del alma lo ve posible.
Me dijiste que me contarías cómo. Te escucho.
De alguna manera es admitir el mal como un hecho que puede ayudarnos a ser más conscientes en nuestra voluntad de hacer el bien. No nos queda otra.
Ostras…!!! No sé…
Te recomiendo uno de los libros de Christine Gruwez que aborda el mal en nuestro tiempo: “Devenir contemporáneo. ¿Cómo podemos metamorfosear el mal?”.
Esta filósofa de 81 años habla de gestos. “El encuentro comienza con la escucha, la escucha interior. Se abre un espacio. El gesto fundamental del Mal es un gesto de aislamiento que excluye al prójimo. El gesto fundamental del Bien es un gesto de apertura que invita y acoge al otro. El primer gesto tiene un efecto dispersante, separa. El segundo tiene un efecto integrador: crea un vínculo. Puedo reconocer los dos gestos en mí. Forman parte de lo que soy”.
Ver el mal y el bien en nosotros mismos no es tan fácil de aceptar, le digo a mi amiga. Y ella sigue hablando…
Es un proceso, pero en general hay miedo al proceso, me contesta. Todo proceso es un acontecimiento abierto. No hay garantía de un resultado final. Se desarrolla gracias a la confianza, una confianza que no garantiza la seguridad. Un proceso es un asunto personal. Uno se pone en camino a partir de sí mismo.
Este nuevo paso, esta nueva mirada solo es posible si uno ha llegado a ser capaz de separar confianza y seguridad garantizada. La confianza supone renunciar a las seguridades. Caminar hacia un nuevo mundo que empieza a surgir.
Muy bonito. ¿Pero qué hacemos con el terrorismo?
Y mi amiga del alma me presta otro libro, “Creo en el ser humano”, subtitulado “El terrorismo, ¿un problema de educación”. Me sorprende su autor, Johannes Greiner. Es pianista y educador.
Greiner lanza las siguientes preguntas: ¿Qué puedo hacer realmente contra el delirio de los ataques homicidas y el terrorismo? ¿Qué puedo transformar en mi interior para lograr un cambio en el mundo que encauce el terrorismo hacia el camino de la paz?
Y él mismo responde: Podemos hacer algo con cada mirada, con cada pensamiento.
No es broma. En nuestra mirada y en nuestras expectativas se esconde una gran fuerza con la que podemos influir en el presente y en el futuro. Influimos directamente en nuestro entorno y en la percepción del otro, del mundo.
También dice algo parecido Satish Kumar en su libro “El Buda y el terrorista”. “Las personas tienen un poder inmenso. Basta ver la historia de la humanidad. Buda, Jesucristo, Martin Luther King, Teresa de Calcuta, Nelson Mandela, Mahatma Gandhi. Todos ellos son ejemplos de personas que cambiaron el mundo y todos ellos eran como tú y como yo. No eran diferentes. Tenían dos manos y dos piernas, hambre, sueño, se cansaban… Pero fueron conscientes de su fuerza y la utilizaron para transformar las cosas. Las nuevas generaciones necesitan coger su poder. La desesperación no es una respuesta”.
Da qué pensar. Para rematarlo, mi amiga del alma me sugiere también la lectura de otro libro. Pura poesía. Otro mundo encarnado en este mundo. Un ejemplo subversivo, dice ella. “Franciscanismes”. Es de Ernest Farrés Junyent, poeta y periodista, un revolucionario humanista enamorado de la cosmovisión de Francisco de Asís. Un hombre impresionante, que sentía un profundo respeto por todo lo que hay en la naturaleza. Capaz de transformar la desesperación en esperanza.
Y con estas miradas se acerca Navidad. Una melodía surge, que solo se escucha con un corazón atento. Es el gran canto de la paz.
Una amiga sufí me envía una breve historia:
Están pasando cosas horribles en el mundo, y no sé qué hacer. Me pongo triste. No sé cómo ayudar. Me siento culpable por estar bien cuando otros están muy mal…
… Así es en el mundo. Sí, hay guerra. Pero tú no estás ahí. En el lugar en donde estás, enciende tu luz. Si tienes para compartir, comparte. Si tienes algo valioso que aportar, hazlo. Si eres bonita y hay muchas cosas feas allá afuera, sé más bonita. Sé parte de la belleza de la vida…
… Prende tu luz. Sé parte de la luz, no del problema. El mundo, cuando está a oscuras, necesita más luces prendidas.
Tras leerlo, respiro. Y el reto se transforma: no quiero hacer sufrir a nadie. Nosotros también somos portadores de la luz a través de los otros.
Feliz Navidad.