21 Abr De Pascua a Sant Jordi y el oficio de reportero
Hola mama…!!! Y le doy un beso, un abrazo. Su alma respira. Su cuerpo se destensa. La tele encendida en el salón.
Ya no me creo nada de lo que dicen por la tele, afirma mi madre. No sé quién dice la verdad. Que si antirrusos, que si antiucranianos, que quién mata a quién. Que si los curas y la Semana Santa y el Cristo resucitando. Que si la iglesia favorece a los pederastas. Que si fumar en la playa está muy mal, que si los hombres no se pueden besar, o sí, o son apalizados, o no. Que si mejor estar sin pareja o en pareja y amor libre o monogamia. Que si el coche contamina o no tanto. Multa por circular en Barcelona con matrícula antigua. Colapsos en la entrada de la ciudad catalana por el recién estrenado túnel de Glòries, o no, o como siempre.
Mi madre dice estar harta de discusiones donde se impone el grito y no el debate. Donde se impone la descalificación. Y la manipulación de los datos…
De otra manera, también lo señala mi admirado colega Plàcid Garcia-Planas en su brillante artículo “La taza ucraniana” (https://bit.ly/3MbMCnV), tras volver ahora de aquel país. Reivindica el oficio de reportero, algo así como el arte de dejarse sorprender.
Escribe: “Un tertuliano, un opinador, un ideólogo o un polemista es, en general, lo contrario: se suele incomodar cuando la realidad le sorprende. Prefiere que la realidad se adapte a su relato mental. Y si no se adapta, la deforma para que encaje. Por eso discuten siempre entre ellos. Cada uno se considera indiscutible. Un reportero no discute”.
El mundo está lleno de expertos, sigue Plàcid. Pero la realidad sigue “marcando goles por la escuadra. Ningún ‘think tank’ imaginó las primaveras árabes. Casi ningún opinador anticipó la victoria de Trump. Nadie creyó que Putin invadiría y nadie apostó por la determinación ucraniana”.
Mi madre me mira y espera que le diga alguna cosa. Al fin y al cabo me dedico al periodismo, a la comunicación. Y recuerdo entonces la visita guiada al Museu Egipci de Barcelona la semana pasada con mi amiga del alma.
La guía, Montserrat, nos contó qué era el movimiento del sol para los egipcios, así como la virtud del equilibrio equilibrando el desequilibrio, como un trabalenguas conceptual. También la muerte del sol cuando se pone y su renacimiento cuando amanece. Los ciclos.
Mi amiga del alma lo asocia también a la Pascua y al misterio de la resurrección. Yo pongo cara de póquer. Y mi amiga me recuerda que para la ciencia también hay misterios sin resolver, como el paso de la materia muerta a la materia viva… tal cual lo recoge CosmoCaixa, el museo de la ciencia en Barcelona, que también visitamos durante estos días…!!!
No es extraño entonces que la celebración de la resurrección (de la muerte a la vida) de Cristo siga siendo un gran misterio… más allá de creencias.
Un desconcierto inicial que enseguida intento enmarcar en algún esquema mental. Permitirse dejarse sorprender es un arte, sí. No es tan fácil y se manifiesta rápidamente la parte controladora. Ya escribí sobre ello (https://bit.ly/3jLCwOr).
Todo eso lo comparto con mi mamá… Y me contesta entonces… pues ya sabes qué tienes que hacer por Sant Jordi, renacer al amor gestionando tu dragón.
Su respuesta me descoloca, me sorprende. A lo mejor tengo madera de reportero del alma… Me río con este pensamiento fugaz.
Y el sol se pone. Mañana renacerá.