Reflexiones sin mi amiga del alma

Jolines. Iba a contaros mi encuentro con el prudente Kendall Zhao y la tímida Weiwei, ambos de Chengdu, una ciudad con 14 millones de habitantes al sudoeste de China. Con un entorno suficientemente atractivo como para inspirar a los productores del film de animación “Kung Fu Panda”.

Y también iba a contaros mi encuentro con el joven inquieto Mikael, un alemán viajero de Colonia, habitual de la afrodisiaca Cap d’Adge. Una pequeña población costera en el este francés de peregrinación naturista, una invitación a desnudarse en todos los aspectos.

Y mi encuentro con la adorable anciana Lily Schmutter, afincada muy cerquita de su hija Karen Matluck, en un rincón idílico de Aventura, una pequeñísima ciudad bañada por el océano atlántico en Miami, al sudeste de Florida, rodeada de fantásticas villas.

Y mi encuentro con el cálido y sencillo Carlos Iván Naula Torres, exgobernador de las paradisiacas islas Galápagos, y presidente durante 25 años de la Cruz Roja provincial ecuatoriana. Impresionante su trayectoria vital. Siempre humilde y resolutivo.

Y mi encuentro con la atrevida Emma Esteves, que al cambiar su curiosidad por los secretos de Estado a los culinarios, se convirtió en la mujer chef con mando más joven en alta mar. En selectos cruceros de superlujo.

Iba a contaros todo ello cuando explotó en mi entorno el sonido de unos aplausos intensos. Mi mente volvió al presente del aquí y el ahora. En plena crisis por la Covid-19.

Son las ocho de la noche, Barcelona. Homenaje a los sanitarios, a las enfermeras, médicos… Se lo merecen. Su generosidad por la comunidad es desbordante, doblando turnos agotadores. Se lo merecen todos ellos, y todos quienes están prestando servicios a todos nosotros, voluntarios incluidos, que no son pocos.

Medidas de película de ficción. La pandemia por este coronavirus. Muy surrealista todo. ¿Qué pintaría Dalí ahora? ¿O qué escribiría André Breton? Tal vez utilizaría la escritura automática, una técnica que el propio Breton empezó a experimentar en los hospitales durante la Primera Guerra Mundial. Otra situación surrealista.

Como tengo dudas se lo pregunto a mi amiga del alma. Pero no contesta. Está confinada y sin internet. Jolines. Y siento la paradoja de la soledad interior y la comunión con los vecinos, muchos desconocidos. Las redes sociales intentan llenar ese aparente vacío. Más allá del teletrabajo.

En ese parón el fluir de mensajes no descansa. Una saturación. Son de todo tipo. Algunos contaminantes. O directamente se cae en el linchamiento social. Como en la caza de brujas. Y me desagrada. Tampoco quiero caer en ello. Me desvitaliza… y ojo, que eso afecta a mi sistema inmunitario. Vaya. Mecachis…!!! No soy perfecto.

Reto: aceptarme en mi imperfección. Y eso me recuerda entonces también la cantidad de mensajes positivistas en la red. Que también llega a la saturación. Todo es demasiado. Como si se quisiera obviar que estamos confinados. Miedo al vacío y al silencio. Mejor ser selectivos y poner consciencia de lo que compartimos en red.

Porque en cualquier caso estamos confinados. Como si de unos ejercicios espirituales se tratase. O de convivencia obligada. Con hijos y parejas, o con quien se esté compartiendo vivienda. O con uno mismo.

Yo, que de adolescente anhelaba formar parte de una comunidad monástica, convertirme en un monje de clausura y ahora lo somos todos. Momentos para la introspección. Tiempos de reflexión y sentido de vida.

Aprendí entonces que enclaustrarse no es desconectarse, sino un pequeño ensayo para conectarse. Conectarse con uno mismo. Una conexión que deviene en arte social, después, como empecé a apuntar en una de mis últimas entradas de este blog (https://bit.ly/2UvDaCJ), donde también invitaba a sumergirnos en la vulnerabilidad, clave para tomar consciencia de esa conexión.

En cualquier caso, sin quererlo ni desearlo, las circunstancias son las que son. Y mi amiga del alma sigue sin aparecer. Cualquier circunstancia es una oportunidad, y esta lo es, claro. En unos días os cuento qué voy a hacer para conectarme de nuevo con mi amiga del alma. Hay algunos trucos que aprendí hace mucho tiempo. Uno de mis hijos me lo ha recordado este fin de semana, sin saberlo él. Ha sido mensajero. Qué bien.