19 Mar ¿Una actitud cura?
Las personas que se sienten víctimas de las circunstancias aumentan su nivel de cortisol, lo que dificulta su curación
Una actitud positiva en un proceso de recuperación puede traducirse en menos estancias hospitalarias
“En los años que llevo ejerciendo, he conocido a diversos enfermos de cáncer que se han recuperado por completo tras un diagnóstico terminal, personas que a priori tenían unos pocos meses de vida por delante. No creo que fueran casos milagrosos; a mi entender, estos fenómenos demuestran que la mente puede ir más allá, más hondo y cambiar los esquemas fundamentales que diseñan el cuerpo. Puede borrar los errores del programa, por decirlo de alguna forma, y acabar con cualquier enfermedad, ya sea cáncer, diabetes, enfermedades coronarias o cualquier trastorno que haya desordenado el esquema general”. Al menos esto es lo que afirma Deepak Chopra, médico y neuroendocrinólogo, quien ha estado indagando desde hace años hasta qué punto inciden las actitudes y las emociones en el proceso de la curación de cualquier enfermedad. Hay más expertos, sean médicos de atención primaria, endocrinólogos, neurólogos, biólogos y un largo etcétera, que se preguntan e indagan si las emociones influyen en el proceso curativo de una persona, si son determinantes o no y si eso sucede tanto en enfermedades leves como en las más graves.
Incluso quienes trabajan en las salas de urgencia de los hospitales se preguntan qué hace que una persona llegue a morir o a sobrevivir. David Spain, jefe de traumatología y cirugía de cuidados intensivos y profesor en la Escuela Médica de la Universidad de Stanford afirma que hay tres factores que inciden en la supervivencia de una persona en urgencias: la genética del individuo, las circunstancias y los intangibles que llama factor X. “Los factores X no se pueden medir y si no podemos medirlos solemos ignorarlos. Por ejemplo, la personalidad desempeña un papel pequeño pero importante. Un anciano viejo y cascarrabias que es duro como una piedra a menudo se recupera mejor que un enclenque llorón. Luchan hasta el final”. También dice que como científico sabe que esta generalización es muy poco aceptable. “Sólo se basa en las evidencias anecdóticas, pero he visto bastantes casos como para creer que la personalidad ejerce algún tipo de influencia. Una disposición optimista mejora los índices de supervivencia en los pacientes”.
No sólo lo dicen en Estados Unidos. En España la experiencia de los médicos es similar. Por ejemplo, Maite Angulo, jefa del servicio de traumatología del hospital de Puigcerdà, no duda que la actitud en el proceso de recuperación es importante. “No es una hipótesis, es una evidencia que se traduce en menos estancias hospitalarias o en menos días en recuperar el mismo rango de movilidad tras una operación. Ante una misma lesión, el resultado clínico es mucho mejor en una persona alegre, optimista y que muestra confianza en lo que se le está practicando, que el de un paciente pesimista y que desconfía del médico que le atiende. Compruebo cada semana estas diferencias entre unos pacientes y otros. Por eso, para mí, es fundamental cómo trato a los pacientes: favorece una predisposición positiva que redunda en su propio beneficio”. Manuel Moreno, licenciado en Medicina y Farmacología de la Universidad de Pekín, China, añade que la propia intención también entra en el proceso de curación. “Funcionamos dentro de un sistema de creencias que ayudan en unos casos a mejorar la salud y en otros a deteriorarla. Esto afirman estudios que se están realizando en EE.UU. y Alemania”.
Los deportistas de élite se benefician de estos estudios y también saben que la actitud es fundamental para recuperarse de las lesiones en el menor tiempo posible. Hay mucho en juego. Los expertos que los atienden lo han comprobado. Xavier Budo, director de Nova Elite, un centro de optimización del rendimiento deportivo y prevención y recuperación de lesiones, explica que para ellos la actitud y las emociones son factores con los que también trabajan al tratar una lesión porque los tiempos de recuperación se acortan de manera sustancial. También advierte que la actitud no hace milagros, “pero la predisposición a querer curarse, y más en deportistas de élite, ayuda al organismo a ser más receptivo a su recuperación”.
Tampoco es necesario ser un deportista de élite, que están acostumbrados a entrenar la mente, para tener una actitud positiva. Carolina Pérez, médico de familia en Málaga, asegura que la actitud de una persona es fundamental ante cualquier situación de la vida. “En el caso de un enfermo, la forma de actuar frente a su estado de enfermedad va a determinar su forma de participar en su curación. Si tiene una actitud positiva colaborará con su médico para modificar hábitos de vida y cambiar determinadas pautas mentales que inciden en su estado emocional y en su inmunidad. El paciente puede luchar, huir o paralizarse. Cuando se le comunica a un paciente un diagnóstico, este escucha palabras médicas que traduce en su mente según lo que ha escuchado en la tele, o le ha dicho un vecino o un familiar acerca de esa enfermedad. Dependiendo de la confianza en su médico decidirá darle más credibilidad a unos u otros y según la capacidad que tenga para resolver situaciones difíciles se dejará llevar por el miedo o por su fuerza interior para hacer frente a esa enfermedad. Si reina el miedo y la sensación de invalidez, se dispara el mecanismo del distrés (respuesta insana al estrés) que provoca la liberación en sangre de una serie de sustancias que, si se perpetúa esa situación, originan un estado de toxemia química donde la acidez sanguínea, la tristeza, la desesperanza y la depresión imperan”. Manuel Moreno recuerda que una persona que envía un fuerte estímulo a su organismo “puede alterar el medio extracelular, y sabemos que en un medio ácido es más fácil que se desarrollen células cancerígenas, por ejemplo”. Carolina Pérez expone el caso de una paciente suya a la que se le diagnosticó “un cáncer de tiroides con muy mal pronóstico. Ella confió en todo el equipo médico y en que era posible hacerle frente a esa enfermedad. Decidió seguir el tratamiento oncológico y todas mis indicaciones para mejorar sus hábitos de vida, alimentación y formas de interpretar la vida. Aprendió a disfrutar cada momento como si fuera el último, aprendió a expresar sus emociones y, sobre todo, siempre confió en que era posible sobrevivir a ese cáncer. Hoy en día me consta que es una mujer muy feliz que contagia con su alegría a todos los que puede y que se ha curado”.
Cuando se le pregunta a Fermí Capdevila, coordinador de oncología médica del hospital de Igualada, comenta que no hay estudios cuantitativos sobre la incidencia de las actitudes, “pero en el trabajo del día a día he visto que personas con una buena actitud afrontan mejor algunos tratamientos, mientras que en los pacientes muy pesimistas se acelera la situación de deterioro. Yo he visto incluso en pacientes terminales que si sabían que en unos días venía alguien muy querido, se iban manteniendo, y después del encuentro se iban para abajo, se ponían mucho peor”. Esta interacción entre cuerpo, mente y emociones tiene nombre entre los investigadores: es la psiconeuroinmunología (otros la llaman psiconeuroinmunobiología o psiconeuroendocrinología, y más variaciones). En definitiva, este concepto quiere reflejar la interacción que se produce entre las actitudes y comportamientos, el sistema nervioso, el sistema inmunológico y el sistema endocrino, y cómo esta relación afecta en el desarrollo de enfermedades o en sus procesos curativos.
Avelina Pérez Bravo, psiquiatra del servicio de psiquiatría del hospital Xeral de Vigo, explica que durante un tiempo se creyó que el sistema inmune era un sistema autorregulado. “Ahora sabemos que el sistema nervioso central desempeña un importante papel en su regulación y existe reciprocidad en el control del propio cerebro por el sistema inmune”. También advierte que la red de conexiones que entretejen estos sistemas “presenta una elevada complejidad, lo que conlleva dificultades metodológicas en el estudio de sus interacciones, presentando los hallazgos experimentales una baja homogeneidad y siendo difícil su replicación”.
Manuel Martín-Loeches, responsable del área de Neurociencia Cognitiva del Centro Mixto Universidad Complutense de Madrid-Instituto de Salud Carlos III de Evolución y Comportamiento Humano, explica que la especie humana “tiene la facultad innata, inconsciente y automática de ser sensible a las emociones”, le afectan. Y dice que tanto es así que incluso le afecta el estado de ánimo de otras personas.“Hasta las personas más frías y más maquinales siempre tienen las emociones funcionando, nunca se es insensible. Los experimentos realizados han demostrado que cuando a un grupo de individuos se les sometía a cierta información, eran tan vulnerables que sus actos se veían influidos por esa información”. Es una interacción que desencadena reacciones en el organismo. Ángel López Hanrath, experto en medicina china lo certifica en su praxis diaria. “Entiendo que la actitud es un elemento más para la curación, sobre todo para acelerarla. Una persona reticente o que no cree, acostumbra a venir tenso. Esta falta de relajación, que a veces se puede palpar en los propios músculos, dificulta el fluir energético. La medicina china se basa en la búsqueda del equilibrio energético. Si nosotros mismos provocamos bloqueos por nuestra actitud, todo el trabajo será más complejo”.
Luis Aliaga, fundador de la clínica del dolor del hospital de San Pau, y coordinador de la clínica del dolor del Centro Médico Teknon, tiene muy claro que esa predisposición es fundamental ante el dolor. Y explica que las personas más vulnerables, que tienen menos recursos emocionales para encontrar fuentes de satisfacción, son más sensibles al dolor. “Además de analgésicos y antiinflamatorios es necesario ganarse la confianza del paciente, establecer una buena relación médico-paciente, establecer un buen disgnóstico, aplicar un plan de tratamiento global y que el paciente tenga un buen apoyo familiar”.
Todos estos factores son importantes para tratar el dolor y otras dolencias. David Vinyes, médico y experto en terapia neural, sintetiza los resultados de algunas investigaciones sobre los efectos de los factores emocionales sobre el sistema inmune. Por ejemplo, los estudiantes en periodo de exámenes presentan una disminución de la actividad de las células NK (natural killer). Son células del sistema inmunitario que son capaces de reconocer y neutralizar las células que están infectadas. Si los estudiantes se sienten solos, la disminución de estas células es mayor y el sistema de defensa está más vulnerable. Cuando estos mismos estudiantes han tomado conciencia de su estrés por los exámenes y han utilizado técnicas para estar más tranquilos, ha vuelto a aumentar la actividad de las células NK.
Estas alteraciones del sistema inmunológico no sólo se producen ante un examen. Cualquier situación que aumente la tensión y el estrés propicia estas alteraciones. Avelina Pérez Bravo afirma que además de los estudiantes en periodos de exámenes finales, “tenemos datos de familiares de enfermos de Alzheimer o sujetos en fase de divorcio y en todos ellos se observa una disminución de la función inmune (bien directa o indirectamente por el aumento de expresión de herpes virus latentes). Se han estudiado también sujetos en procesos de duelo (un estrés muy grave en la escala de valoración de acontecimientos vitales negativos) que se ha relacionado con un aumento en la morbimortalidad, observándose una disminución de la respuesta de linfocitos a mitógenos. Muchos de los estudios actuales se centran en pacientes con VIH o cáncer”. Al final concluye que las actitudes influyen en el sistema inmunológico “produciendo cambios en la distribución de células en el organismo, lo que influencia la respuesta local a un agente patógeno, y alterando propiamente la respuesta celular”. Ignacio Umbert, doctor en Dermatología, experto e investigador sobre el estrés, la inflamación y la psiconeuroinmunoendocrinología, del Instituto Umbert de la clínica Corachán de Barcelona, asegura que “vivimos en un sociedad estresada y eso afecta negativamente al sistema inmunológico y al sistema nervioso, que son los responsables de mantener en equilibrio el funcionamiento de nuestro organismo”. Quienes toman conciencia de esta situación y cambian de actitud para neutralizar el estrés pueden llegar a sufrir un 80% menos de enfermedades cardiovasculares y un 73% menos de otras afecciones menores. Además, segregan más hormana dehydroepiandrosterona (DHE, hormona de la juventud), un 23% más en los hombres y un 47% más en las mujeres. Por eso Inés Sagué, responsable de la unidad de meditación de la Corachán, explica que las personas que hacen meditación para cambiar actitudes activan la glándula pituitaria e inician una respuesta hipotalámica que reduce la segregación de la hormona cortisol, desactivando así el sistema nervioso simpático, causante del estrés”. Es algo así como buscar cierto equilibrio en las emociones y las actitudes. Pero no es tan fácil.
Ester Torrella, médico y miembro de la asociación de médicos para la investigación en Homeospagyria, asegura que la actitud del paciente y su estado emocional “siempre son determinantes en el curso de la enfermedad, independientemente de cómo esta se resuelva”. Y para eso hay que tener presente que la persona sana “es la que mantiene un equilibrio armónico y ordenado entre los tres aspectos que lo conforman: cuerpo físico o materia, mecanismos energéticos y mente o cognición, interaccionando permanentemente con el mundo exterior y la sociedad. Cuando se agota la capacidad de respuesta en uno de estos tres aspectos, se rompe el equilibrio e, irremediablemente, se afectan los otros dos. Recobrar la salud implica, pues, recuperar el orden y el equilibrio perdido”. Fernando Casado, médico especialista en medicina familiar y comunitaria, en Madrid, vicepresidente del Comité de Ética para la asistencia sanitaria del área 6 de Madrid, coordinador del equipo de atención primaria y miembro de grupos de innovación dentro del sistema sanitario, explica que en el proceso de curación de una enfermedad también es importante dar paso al sentido común y tener presente que las propias dolencias del cuerpo pueden apuntar a qué actitudes deberían cambiar para ayudar a sanarlo.
¿Una tontería? Según Mario Alonso Puig, médico especialista en cirugía general y del aparato digestivo, Fellow de la Harvard University Medical School y miembro de la NewYork Academy of Sciences y de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, no lo es, “aunque tampoco se puede decir de forma tajante que una actitud cura. Hay personas que pueden reconocer qué actitud cambiar y ser muy positivos… y aún así fallecer. Y otras que tienen una actitud pésima ante una enfermedad grave, sobrevivir. Dicho esto, también es verdad que cada vez hay más investigaciones que confirman que una actitud positiva tiene un impacto positivo en el sistema inmunitario, por ejemplo, reduce el efecto nocivo de la quimioterapia, mientras que la persona que se siente víctima del destino se siente indefensa, aumentan los niveles de cortisol, de manera que le perjudica o dificulta su proceso curativo. Una persona con estrés negativo (distrés) es capaz de alterar el sistema hormonal. En cualquier caso, con las enfermedades no podemos hablar con una obsesión de seguridad. Sólo podemos aumentar la probabilidad de que suceda algo. Y una actitud positiva y tranquila aumenta la probabilidad de que un enfermo se cure”. Por eso asegura que si bien los medicamentos pueden ser importantes, no lo es menos que los médicos “cuiden el aspecto emocional, tratando a los pacientes de forma afable, cariñosa, acogiendo sus sentimientos”.
Las emociones pueden ser un poderoso elemento curativo y en términos económicos más barato. Aunque siempre habrá factores que parecen escapar a la obsesión de controlar la complejidad de los procesos de curación. Lo recuerda Deepak Chopra. “Pese a nuestros esfuerzos por encarrilar debidamente el proceso de curación, cuando falla, la medicina no sabe en qué consiste. La curación es un elemento vivo, complejo y holístico. La tratamos como podemos, con nuestras limitaciones, y parece que ella se adapta a nuestra ignorancia. No obstante, ante lo inesperado, por ejemplo cuando nos maravillamos ante una curación repentina y misteriosa de un cáncer terminal, la teoría médica queda sumida en un total desconcierto, pues comprobamos entonces que nuestras limitaciones sólo son artificiales”. En definitiva hay muchos factores que entran en juego. Por eso los expertos consultados también reconocen que se pueden aplicar los últimos avances científicos para tratar una enfermedad y el paciente tener la actitud más equilibrada y positiva posible y en cambio no superarla. Hay algo que todavía se escapa a la ciencia y a la psique.
En la sala de urgencias
Incluso en los casos donde aparentemente no incide la actitud, los expertos reconocen que sí puede suceder. Así lo ha recogido Ben Sherwood en su libro El Club de los supervivientes (Ed. Paidós), donde entrevista a médicos y personal militar para averiguar qué hace que una persona sobreviva y otra no. Los instructores del Centro Aéreo de Entrenamiento de Supervivencia del Cuerpo de Marines de Estados Unidos en Miramar, California, lo tienen claro: la clave es la actitud, las ganas de seguir adelante. Y en el Centro Médico de Stanford, que organiza cada año la Reunión de Supervivientes de Traumas, también coinciden en este punto: la actitud es primordial.
Ben Sherwood recoge las experiencias de David Spain, quien entre otros factores hay uno que denomina X porque según este experto no se puede medir. Ben Sherwood despeja la X al identificarla con cualidades como adaptabilidad, resistencia, fe, esperanza, determinación, tenacidad, amor, empatía, inteligencia, ingenio e instinto que ha agrupado en cinco perfiles de personas:
1 El luchador Tiene la fuerza de voluntad y la determinación necesarias para luchar, resistir y salir adelante. Se exige mucho a sí mismo para dar lo mejor que tiene. Cuando es derribado vuelve a levantarse. Siempre sigue adelante cuando los demás se han rendido y lucha hasta el final.
2 El creyente Deposita toda su fe en algo superior a él, sea Dios, Alá, el Eterno, el Innombrable o el destino, para que le proteja y ayude a lo largo de sus pruebas. Sus creencias y convicciones son como un chaleco salvavidas que le mantiene a flote en momentos de dificultad. Está convencido de que este más allá nunca le pondría en un aprieto que no fuera capaz de manejar. Hasta en los momentos más difíciles se siente bendecido y confía en que las cosas saldrán de la manera más favorable para él. Esta fe le proporciona optimismo y esperanza. Es capaz de eliminar los pensamientos negativos o de convertirlos en pensamientos positivos. También es capaz de mostrar sentido del humor en los momentos más delicados, e incluso reírse ante las adversidades de la vida.
3 El conector Su poder reside en el vínculo con las demás personas. El amor por sus padres, por su pareja, por sus hijos y por sus amigos, le motiva para superar cualquier obstáculo por muy grande que sea. Encuentra fuerzas en esas relaciones tan importantes y a menudo acude a grupos de apoyo o a redes sociales para que le ayuden a superar los momentos más difíciles. En definitiva se trata de una persona muy sociable que saca elmáximo partido de sus contactos.
4 El pensador En momentos de dificultad analiza el problema desde todos los ángulos, produce nuevas ideas y descubre soluciones inesperadas. Se concentra en lo que hay que hacer. Se le da muy bien convertir las ideas en actos. Cuando los demás están atascados, él puede improvisar y encontrar una salida.
5 El realista Cuando los demás reaccionan exageradamente o les entra el pánico, él conserva la calma y es dueño de sí mismo. Cuando se enfrenta a un reto es pragmático e idea rápidamente la mejor manera de afrontarlo. De forma intuitiva sabe cuando recostarse y esperar a que pase lo peor. También sabe cuando es el momento adecuado para emprender una acción.
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Publicado originalmente en: https://www.lavanguardia.com/estilos-de-vida/20110319/54129494158/una-actitud-cura.html